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La política exterior de México ha vivido en el último cuarto de siglo, una profunda transformación que responde al comportamiento de un mundo en tránsito entre dos siglos, como el que nos ha tocado vivir. Establecidos constitucionalmente los principios que le dan identidad internacional y una idea del papel que queremos jugar globalmente, más allá de principios o preceptos, la política exterior de México se percibe como una nave a la deriva a la que los oleajes del cambio le han afectado, perdiendo la brújula y extraviando el rumbo del país en su relación con el mundo. En un cuarto de siglo hemos pasado del liderazgo referencial en temas sustantivos al distanciamiento con países amigos, de la vocería en asuntos vitales al silencio mudo en temas fundamentales. Es tiempo de recuperar el rumbo, por el bien de la nave, pero sobre todo de sus pasajeros.